- Y ahora que te has marchado me invento los domingos. Eso dice una de mis canciones favoritas, una de las canciones más tristes que se escribieron nunca…
Hoy hace exactamente ochenta y siente días que te marchaste.
Ochenta y siete largos días, y es que el tiempo es así de caprichoso.
Lo mismo, las agujas siguen un ritmo frenético como que dan la sensación de no girar.
La tristeza es uno de los sentimientos más extraños, puedes levantarte un día pensando que ya ha pasado lo peor, que a partir de entonces solo puede haber sonrisas y, de repente, por cualquier tontería, que te devuelve con intereses todo lo que creías superado. Como en el parchís, que te comes una y cuentas veinte. Lo mismo, a una lágrima siempre la acompaña otras diecinueve.
He aprendido a odiar los domingos, sobretodo los domingos de invierno.
Debe ser que mi inventiva se ha marchado de vacaciones y soy incapaz de tejer ninguna historia en la que no aparezcas tú.
Te echo de menos.
Ochenta y siete días.
Ochenta y siete días ya y todavía espero que un día me llames y me digas que tú también me echas de menos, que vas a volver.
Larga es la espera de algo que no va a suceder.
Alguien me dijo que el amor asfixia y si eso es verdad, no hay nadie que pueda sobrevivir a él.
Entonces, ¿dónde están los finales felices que hablaban los cuentos de hadas? Me siento estafado. Que me devuelvan mi dinero, que me devuelvan mi felicidad, que me devuelvan mi vida.
¿Te dije alguna vez que los cigarros sabían diferente después de besarte? Qué tontería, ¿no? Se puede echar de menos a un saber, a un olor… tu olor.
A veces me pasa que voy por la calle y alguien lleva tu colonia. Entonces cierro los ojos y me pongo súper melancólico… y te echo más de menos… si es que eso se puede.
Me acuerdo del día que me regalaste esto.
Dijiste algo así como que nuestra relación era tan compleja como él.
Puede que por esto tardara tanto en mezclar sus colores, en desmontarlo. Lo hice el día en qué te marchaste y me prometí a mi mismo que el día que consiguiera montarlo, significaría al fin que te había olvidado.
Ahora te doy la razón. Nuestra relación es tan fascinante como este cubo, pero una vez desmontado ya nadie puede volver a motarlo…
Y cada vez que te lo encuentres detrás de algún libro viejo o debajo de cualquier cojín, intentas una vez más solucionarlo. Le das vueltas e intentas encontrarle la lógica, pero no lo consigues.
Los domingos son una prueba de fuego.
Es el único día a la semana que me levanto totalmente deprimido… y cualquier excusa me parece buena para llamarte, incluso para presentarme en la puerta de tu casa. Coger mi bici y pedalear todo lo rápido que pueda y llamar a tu puerta… pero no lo hago, claro, sabes de sobra que no sé ir en bicicleta.
Ochenta y siete días… y todavía no entiendo porque los cuento…
No se me ocurre nada más triste que pensar en qué un día me levante y lo primero que piense sea: hoy hace exactamente mil cuatrocientos quince días que te marchaste.
Debería dejar de hacerlo.
Seguramente tú ya no piensas en mí.
Seguramente ya no me echas de menos.
Seguramente sonríes todo el tiempo.
Seguramente…
Yo no lloro, yo no lloro, YO NO LLORO.
Que ya se que he malgastado mucho tiempo pensando en ti.
Que ya son ochenta y siete días y pasaran otros ochenta y siete más.
Que me seguiré acordando de ti todos los domingos por la mañana.
Que mi final feliz sólo puede ser contigo.
Que te estoy esperando.
Que vengas…
No puedo ser otra cosa que lo que soy. A estas alturas, no me queda más remedio que admitirlo. Igual que tú.
87 dias
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